El gran deseo de Mario siempre fue viajar a Nueva York,
desde que un domingo sus padres le llevaron siendo niño, al cine de su barrio a
ver la película: Solo en casa.
Al salir de la proyección, decidió que cuando se hiciera
mayor ese sería su objetivo. Nada ni nadie, frenaría el ímpetu que había
experimentado sentado en la oscuridad de la sala.
Pasados los años, recordó que no había realizado su
proyecto y eso motivó que una tarde de intenso frío cercana a Navidad, se
pusiera el abrigo, la bufanda, una gorra de lana y unos guantes de piel, para
dirigirse a una agencia de viajes donde le organizarían el trayecto y estancia
en la gran metrópoli.
Aparcó el coche y antes de entrar al centro comercial, se
detuvo a contemplar cómo los empleados del ayuntamiento, encaramados en largas
escaleras, colocaban las luces decorativas entre las farolas.
«¡Este año él no
estaría presente!» pensó.
Desde que murieron sus padres, Mario no tenía lazos que le
ataran a ninguna persona y menos aún en esas fechas, las cuales pasaba cada año solo
entre las cuatro paredes de su casa: cenaba ligero, miraba un rato la televisión
y se iba a dormir, sabiendo que había muchas personas que estaban todos esos
días rodeados de amigos y familiares.
Con aquellos pensamientos se distrajo y al dar los
primeros pasos, notó algo enganchado a su abrigo que le impedía avanzar, por lo
que casi estuvo a punto de caer al girarse.
Se paró para observar a una niñita con la cara sucia, el
pelo totalmente enmarañado y cubierto de nieve, que en aquel momento, caía en
grandes copos. Vestía andrajosamente, e intentaba llamar su atención
extendiendo el brazo hacía él, en clara señal de pedirle una limosna.
La pequeña que tenía los ojos entornados, llevaba las
manos escasamente cubiertas por unos guantes con grandes agujeros, por los que
Mario pudo vislumbrar los menudos dedos que parecían a punto de quebrarse y además,
se fijó en los zapatos rotos que calzaba. Del bolsillo de su abrigo sacó unas
monedas para dárselas y, cuando la criatura fue a cogerlas, sus miradas se
encontraron. Mario quedó paralizado, pues reconoció en su rostro, ciertos
rasgos que le recordaban a alguien muy importante de su juventud.
—¡Esos ojos! —exclamó el hombre.
Eran iguales, idénticos a los de Lucía. Su primer y gran
amor, la joven que cuando él se preparaba para iniciar su carrera de notario,
sin darle ninguna explicación le abandonó y de la que no había vuelto a tener
noticias.
Al alzar la mirada al frente, distinguió en un banco a
una mujer encogida y arropada bajo una manta a cuadros rojos y negros, que
apenas le cubría medio cuerpo. Ella al sentirse observada, levantó la cabeza,
miró a la niña y le hizo una señal para que acudiera a su lado.
—María ven aquí.
—Sí mamá.
El corazón de Mario se detuvo al escuchar aquellas
palabras, aquella voz. Su mente quedó noqueada por un instante.
Igual que el de Lucía, que también le había reconocido y,
en un momento, afloró a su rostro todo el color que hacia tanto le faltaba.
Mario se olvidó por completo del motivo que le había
llevado allí.
En una fracción de segundo el pasado se agolpó en el
corazón de Mario, más a pesar de todo,
no sintió ningún rencor, por lo que el perdón emergió de inmediato de su alma y
el tiempo se detuvo hasta regresar al día anterior a la huída de Lucía.
No hizo falta hablar nada. Intuitivamente se quitó el
abrigo, las cubrió y los tres se encaminaron al lugar donde Mario había dejado
el coche.
Lucía supo que había llegado la hora de explicarle la
verdadera historia de María, la niña que feliz y sonriente, caminaba entre ellos… ¡Sus padres!
«Adiós a mi viaje a
Nueva York» pensó Mario, por fin
este año pasaría las fiestas acompañado.
—Adiós al hambre, al frío, a deambular por las calles… —susurró
casi imperceptible para sí Lucía, tampoco ellas las pasarían solas a la
intemperie.
Violeta Evori
Bonito relato Violeta.
ResponderEliminarMuy a menudo esta vida es un pañuelo.
J.R.Carrero
Gracias Fina por traernos esta brisa de aire fresco. Es una buena historia para estas fiestas que ya acaban, donde manifiestas la parte oscura que se siente en ellas, menos mal que tiene un final feliz. Me ha gustado mucho y agradezco que nos lo hayas traído. En espera de más te envío un abrazo.
ResponderEliminarHola Violeta, me ha gustado mucho este agridulce relato, un final de película, me ha encantado, te deseo unos felices reyes, un saludo.
ResponderEliminarBonito relato navideño, Violeta. Para muchas personas la Navidad puede llegar a ser una tortura. Ver la felicidad en los demás multiplica la propia tristeza de quien está solo. De repente, dos (o tres) almas solitarias se tornan una familia gracias a la casualidad y una mirada al pasado. Gracias por tu relato, que se escribe en horas y se consume en segundos. Felicidades.
ResponderEliminarHola Violeta un relato muy bonito me a gustado mucho
ResponderEliminarque tengas buen fin de semana
Muchas gracias por vuestros comentarios!
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