Estoy
muy ilusionada porque voy a visitar a mi
amiga, que no es cualquiera, sino una de
las mejores que tengo desde que éramos jovencitas.
Mi
hijo, como siempre, se dispone a desayunar un vaso de leche.
De
pronto oigo:
—
¡Mamá el microondas no funciona!
—
¡Oh, qué bien, ya se ha estropeado por fin!— A partir de ahora, calentaremos
todo como mandan los cánones. ¡Los míos por supuesto! Soy una mujer antitantos adelantos en algunas cosas.
Le
contesto que se tome un yogurt o que coja el cazo que está guardado justo
debajo de donde se encuentra el aparato.
Lógicamente elige la primera opción.
Me
voy a la ducha. ¡Jolín que fría está el
agua! Menos mal que estamos en verano.
De
pronto me viene a la cabeza que ayer vi colgado en un árbol de la calle, un
papelito que decía que hoy cortarían la luz de ocho a doce, pero como si nada,
sigo acicalándome hasta que llega el momento de secarme el pelo y me doy cuenta
de que no hay electricidad.
¡Dios
mío! ¿Ahora qué hago?...
No
pasa nada, soy una mujer de recursos, me arreglo un poco, cojo las llaves del
coche y salgo disparada hacia la casa de mi hijo mayor, que vive en el pueblo
contiguo. Además, él y su pareja se han ido de fin de semana y me han pedido
que les ponga de comer a los gatos, así es que aprovecharé para hacer las dos
cosas.
Al
entrar en el bloque, me encuentro con una vecina que me mira y me pregunta:
—
¿Qué te pasa en el pelo?
—
Nada—. Le respondo— en mi casa no hay
luz—. Y subo apresurada en el ascensor antes de que me vea nadie más.
Como
suelo pensar en todo, antes de salir he cogido mis peines y el secador, desde allí
iré directa a casa de mi amiga Dolores.
Lo
primero que hago es ponerles de comer a los mininos y ya con la obligación cumplida,
me dirijo al baño.
Hoy
los hados se han puesto en mi contra, cuando voy a conectar el secador me doy
cuenta de que los enchufes no coinciden. Me pongo a buscar y a probar todos los
que puedo ver, y nada, ninguno me sirve.
¡Tranquila!
Seguro que el de María es de esta medida, suerte que lo tiene a la vista, si no
cuando vuelvan se darán cuenta que les he removido todo.
Lo
cojo y… ¡Zas! Tampoco entra, por supuesto no quiero ni mirar el reloj porque me
pondré de los nervios.
Me
llevo las manos a la cabeza, no sé qué hacer. Para colmo es domingo y no están
abiertas ni las peluquerías de los chinos.
Desilusionada
recojo todo, decido irme y al pasar por la cocina, veo que no les he puesto
agua a los animales. Mientras lleno una
jarra, desvío la mirada hacia la derecha y ¡Oh! Me quedaba un enchufe sin
probar.
Abro
la bolsa, saco los utensilios, compruebo que este es perfecto, y me dispongo a
secarme los pelos, que a estas alturas deben parecer más bien los de una
panocha.
Otro
inconveniente, en la cocina no hay espejo y cada vez estoy más desesperada.
Piensa
un poco Angustias, verás como encuentras la solución.
Y
allí está, justo delante de mí, cojo una silla, me subo, porque lo que acabo de
descubrir, está un poco alto para mi
estatura.
Por
fin puedo acabar de arreglar mi linda melena,
ya casi seca y todo gracias al cristal de la puerta del microondas.
Los
gatos me miran y maúllan, deben pensar que me he vuelto majareta, pero ya estoy
contenta, en esos momentos me doy cuenta de que… No hay mal que por bien no
venga.
Ese
aparato que no me gusta nada, me ha salvado.
Cuando
llego a casa de mi amiga, me dice:
—
¿Qué te has hecho en el pelo? Te veo rara.
—
¡Ah! Nada
Sonrío
y me digo para mis adentros: << ¡Si supieras el suplicio por el que he pasado!>>.
Violeta
Evori
Me ha gustado este divertido relato Violeta, hay días así en los que hagas lo que hagas, nade sale como estaba previsto.
ResponderEliminarAl final tampoco paso nada, cono dice el refran no hay bien que por mal no venga. jjjjjjjj
Un saludo y un abrazo cordial.
Que bueno y caótico. Una version de como nos sentimos algunas veces
ResponderEliminarGracias a los dos
ResponderEliminarQue curioso e irónico a la vez el microondas salvó la situación, jajajaja!!.
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