Imposible creer lo que me
decía, pensaba que tenía mi vida organizada, pero al parecer no era así. El
facultativo, con voz átona, me acababa
de indicar que si quería sobrevivir, necesitaba un proyecto nuevo, lo suficientemente
atractivo para que me llenara y de ese modo mantener mi atención desviada del
problema, tanto estrés no era aconsejable.
Aquella tarde salí de allí
algo depresiva, sumida en mis pensamientos, intentando encontrar algo que me
gustara para enfocarme de lleno, pero por muchas vueltas que le daba, no había
forma. Hasta que entré en una tienda de segunda mano y descubrí las bicicletas
vintage, es decir, ni nuevas ni tan viejas como para considerarlas antiguas.
Estaba allí, era totalmente
blanca, se las llamaba Capri de Capricho, y me enamoré perdidamente de ella.
La entré en casa, después de
quedar atascada entre las puertas internas del ascensor y sin posibilidad de
abrir la exterior para maniobrar un poco y soltarme, al fin, con más fuerza que
maña, y sin romper el espejo con la parte delantera, todo un logro, lo
conseguí.
Fotografié a la Capri y se la mandé por el móvil a Nora, quien
contestó:
— Yo quiero una, por favor,
por favor, por favor.
El gran cariño que tengo por
mi amiga me sumergió en una búsqueda titánica e incesante de un hierro blanco
con ruedas de radios durante días. Pateé tiendas y tiendas de ocasión, segundas
oportunidades y primeras intenciones. Nada de nada. Las nuevas de imitación no
servían, porque era como querer y no poder.
Hasta que localicé
telefónicamente a un chico que se dedicaba a reciclarlas, y fui a verle.
*****
— Nora, he pensado en
recoger la bici, te la llevo y comemos juntas.
— No vendrá de ahí, tengo
tanto trabajo…
— Tendrás que comer ¿no?
Laura me persigue, he ido
retrasando el momento porque quería disfrutar plenamente de él sin que nadie me
interrumpiese, pero en realidad me moría de ganas de probarla.
*****
Tengo que decir que cuando
le vi, no le vi, me explico mejor, solo vi unos ojos que me recordaban a
Ojosdeagua, por el color y elegí de las dos, la que el mar profundo e intenso me
aconsejaba.
Cuando Nora la vio me
preguntó:
— ¿Y la cesta? ¿Dónde puedo
llevar los libros?... Porque cuando tenga la cesta, pondré todas las novelas de
Mercedes, haré una foto y se la colgaré en su face.
Me molesté mucho, porque no
vio los días en los que me entretuve en buscarla, ni las llamadas, ni los
mareos, y me callé, me callé para no liarla. Si en ese momento la hubiese abrazado
y besado…
Y lo pensé, prometo que lo
pensé:
“En
un beso sabrías todo lo que he callado”.
Me abstuve y guardé las
distancias, y con ellas, la armonía.
****
Al final, fue una tarde
inolvidable con la bicicleta en aquella calle plana de punta a punta, ambas
volaron a igual que las horas y los problemas, el trabajo de una y la
supervivencia de la otra, trascendieron en libertad de sus circunstancias por
un rato.
Era el momento de recogerse
y tomando conciencia de nuevo de la distancia que las separaba, la tristeza
asomó en los ojos de ambas. El marido de Nora, viendo sus caras, les dijo:
— Tengo que comprar una
furgoneta para transportar las bicicletas.
Ellas aplaudieron la moción
y se despidieron ilusionadas.
Laura, ya en la cama, se dio
cuenta del milagro y a su memoria llegaron las palabras de Ojosdeagua:
— Como proyecto, tengo para
restaurar una bicicleta de varillas con todos los complementos.
Sonriendo, se abrazo con
fuerzas al sueño.
Nora Biel y Laura Mir