¿Cuándo
empezó la liberación de las mujeres de mi generación? ¿Hemos ganado algo en el
mundo laboral, aparte de realizar doble jornada?
Aunque por
activa y por pasiva traten de convencernos de que existe la igualdad, estoy
insatisfecha del lugar que ocupamos con respecto a los hombres en esta
sociedad. No solamente trabajamos fuera de casa, cuando regresamos, empieza un
turno del que no existe ningún derecho laboral. Cansada y asqueada, creo que ha
llegado el momento de tomar las riendas, para evitar que me vuelva a ocurrir lo
que explicaré a continuación.
Habiendo aparcado
mi vehículo en el rectángulo número cinco, plaza que me correspondía en el
lugar destinado a los trabajadores de aquellas oficinas de la gran multinacional,
donde fui admitida después de superar pruebas muy complicadas, tanto que,
mientras las realizaba pensaba que no lograría mi objetivo.
Como cada
mañana de lunes a viernes, a las ocho menos cinco, me acercaba a la puerta de la
empresa, tocaba el timbre de diseño y al instante, el conserje de turno la
abría pulsando un pequeño botón escondido bajo el sobre de la mesa. Se
levantaba de la silla, se quitaba la gorra, abría la puerta del ascensor
interno y me dejaba pasar con un justito, impersonal y rutinario Buenos días. Una vez dentro, la cerraba
y volvía a sentarse en espera de la siguiente persona que llegara.
El gran
edificio era de cristales ahumados, desde donde se podía mirar hacia el exterior
sin que los de la calle pudieran detectarlo, estaba alfombrado lujosamente de
abajo arriba, donde los sonidos de los tacones de aguja de las señoras y los
mocasines de los caballeros quedaban amortiguados en su esponjosidad.
Pero no todo
era tan brillante por lo que a mí respecta. Me había tocado lidiar con un
director de departamento inestable, tan pronto te sonreía por la mañana como
pataleaba a la puerta del despacho cuando regresaba de comer y sus gritos
hacían que estuviera en tensión y nerviosa toda la tarde.
El ser
supremo que dirigía aquel entramado, había mandado instalar en el exterior del
lateral derecho de la puerta que daba acceso a sus instalaciones privadas, dos
pilotos, uno de color verde y otro de color rojo, por si estaba o no
disponible, que manipulaba apretando una palanca.
El sueldo no
era malo, pero no acababa de encontrarme cómoda. Cada día pasaban por mis manos
documentos que evidenciaban que mis compañeros masculinos, cobraban más que las
mujeres que realizábamos idéntico esfuerzo. Por lo que aquella mañana, decidí
no esperar más y tomando una firme decisión, pulsé el botón cuando lo vi en
verde y me planté delante de su majestad, que en aquel momento recogía los
palos de golf del pequeño campo que tenía instalado en su cubículo y que
ocultaba cubriéndolo con una corrediza tarima de madera.
Le expuse mi
queja y me respondió que era imposible, que a él no le constaba tal detalle, y
que todos cobrábamos lo mismo, negando rotundamente la existencia de
discriminación alguna en su empresa.
No pude aguantar
más y le solté:
— ¡Es
más fácil negar las cosas que enterarse de ellas!
Al día
siguiente cuando llegué a la oficina, encontré en mi mesa una carta con un elitista
y drástico despido en su interior.
Sin más,
agarré la grapadora, el pisapapeles y mi bolso, y con toda dignidad salí de tan
glamuroso edificio, pensando que quizás en mi próximo destino tuviese más
suerte y valoraran más los conocimientos y el trabajo que mi condición de
mujer.
Violeta
Evori
*Este relato participa en el juego FRASELETREANDO de la comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINES con la frase de Mariano José de Larra: "Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas".
*Este relato participa en el juego FRASELETREANDO de la comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINES con la frase de Mariano José de Larra: "Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas".
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