Al amanecer, como cada sábado desde que llegó a aquellos
parajes de ensueño, cuando todos duermen, se levanta y tomando una toalla que deja
preparada por la noche antes de acostarse, abre la puerta y baja las escaleras
para salir sin hacer ruido y emprender el camino que lleva hasta el río.
Todo está envuelto en un silencio absoluto, nadie la ve, o al menos eso
cree, nada se mueve, sólo se oye algún susurro muy sutil o el movimiento de alguien
que se da la vuelta en la cama.
Sin pausa sigue adelante y muy despacio tuerce a la izquierda para salir
del recinto vallado y cubierto de verdes
enredaderas. Posa su mirada unos segundos en la rotonda de entrada, en los
árboles y flores que con tanto mimo cuida el jardinero; continúa caminando abstraída en sus pensamientos
disfrutando del relax y la placidez de
la mañana que se empieza a desperezar.
De pronto cree escuchar un sonido y alertada concentra toda su atención en él, pero enseguida se
calma, porque no es más que un pajarillo ajeno a su presencia que se ha movido
en su rama.
Recorre los escasos metros existentes entre el asfalto y el camino de
tierra que la adentrará en su paraíso particular. Al igual que en otras
ocasiones y al llegar al puente de piedra que atraviesa la parte más amplia del
rio se sienta en el banco, dispuesto allí para que descansen al atardecer los
excursionistas que pasan el día en el Mas
del Silenci.
Mira al cielo, aún queda alguna estrella rezagada, cierra los ojos y le
parece estar rodeada de miles y miles de pequeños y brillantes puntos, como la
noche anterior cuando dio su último paseo, antes de recogerse y abandonar a la
luna, que iluminaba todo con su presencia.
Otro sonido la sorprende, le produce un sobresalto, pero se tranquiliza al instante pues es solo una pequeña ardilla al subir a un
árbol centenario. ¡Oh! ¡Qué belleza, qué espectáculo tan maravilloso! Suavemente
la llama, y ésta baja rauda cuando le
muestra unos cacahuetes que ella se ha puesto en el bolsillo al salir, pensando
que algo así podría ocurrir.
Pero no le queda mucho tiempo, pronto todos empezarán a despertarse y la
paz que la envuelve, acabará convertida en un batiburrillo de voces alegres y
cantarinas y el trasiego de niños que se
dirigen a bañarse caminando o en bicicleta, solos o con amigos los de más edad, acompañados de sus padres los
más pequeños, acabarán con la tranquilidad.
Avanza poco a poco hasta llegar a la pequeña playita de tierra finísima que se ha ido formando en la parte donde el rio se estrecha
en un recodo escondido de la espesa montaña. Se sienta en una piedra
redonda y plana, elegida la primera vez
que descubrió ese sitio tan encantador, vuelve a entornar los ojos y
pliega sus sentidos a todo lo que no sea
el rumor del agua, que baja en sinuosa y alborozada cascada, tropezando aquí y
allá con matojos y ramas arrastradas por las lluvias de la semana pasada.
El sol se refleja en el verde azulado que producen las ramas de los árboles y el cielo, sobre el
lecho del río, que sólo de vez en cuando adquiere un ligero movimiento.
Entonces sale por unos segundos de su abstracción, para ver como saltan algunos
pececillos que surgen al exterior para cazar
algún mosquito ajeno a su observación, pulula sin descanso, bajo un gran
arbusto que sobresale de la tierra y que les da sombra a un sinfín de éstos.
¡Qué pronto pasa el tiempo! La luna ha desaparecido de su vista y el Astro Rey empieza a despuntar, no se puede demorar
más o la descubrirán, no puede permitírselo, estos momentos de sábado son
demasiado especiales para ella; y sin
pérdida de tiempo, se levanta y se lava la cara con el agua fría. Qué placer
tan inmenso al sentir como resbala por su piel, fresquísima y transparente por sus brazos desnudos.
Pero,¡ Ah! No está sola, alguien la observa con sus ojos marrones y las
orejas tiesas desde lo alto, alguien que
como ella sale cada sábado sin ser vista y que hasta hoy ha respetado su
silencio escondido detrás de un árbol, pero que ya no ha podido resistir la
tentación de probar también el agua helada, es su queridísima perrita Bala, la
que a una señal suya baja corriendo y se introduce en el río dando saltos de
alegría. Emocionada, la acaricia mientras escuchan el sonido de los pájaros que
despiertan.
Relajadas, suben la cuesta y empiezan a encontrarse con algunos de los
niños más madrugadores que las saludan alegremente, que las miran sorprendidos, pues hoy las ven diferentes a otros sábados, y van juntas.
Violeta Evori
Que bucólico. Bienvenida.
ResponderEliminarBienvenida Violeta, bonito relato y cuadro, ignoraba esa faceta tuya de pintora, gracias por compartirlo todo con nosotros. Espero que te sientas a gusto.
ResponderEliminarUn beso.
Bienvenida Violeta. Esperando más. Gracias por compartir. Yo lo difundiré vía Twitter.
ResponderEliminarHola Violeta Evori.
ResponderEliminarMe ha gustado este relato intimo,
debe ser un lugar precioso, y como
dice Laura un cuadro magnifico.
ANIMO Y GRACIAS
Muchas gracias por admitirme con vosotros, espero estar a vuestra altura
ResponderEliminarSe me olvido esta mañana darte la bienvenida a esta
ResponderEliminarpequeña familia, me gusto tanto tu relato, que se me
paso(soy un poco despistado) espero que te sientas
a gusto.
Un abrazo cordial.
Hasta proximas letras.
Me ha encantado este relato cargado de complicidad y de ternura, contado con mucho tacto, casi en un susurro. Transmites intensas emociones con una sensibilidad especial. Nunca dejes de hacerlo.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo con nosotros y bienvenida (disculpa el retraso).
Un abrazo.