La mañana dio comienzo, como siempre, con una de las rutinas
diarias que tantas mujeres realizan al levantarse, una ducha, las cremas, el maquillaje, un poco de sombra en los ojos, un
puntito de máscara en las pestañas y un ligero toque de carmín rosado en los
labios. Eligió para la ocasión un severo traje pantalón de color beige y una
camisa blanca, zapatos marrones y bolso del mismo tono, y por último, se adornó
con los complementos que tanto le gustaba lucir.
Ni por un momento pudo llegar a imaginar el trágico suceso
que en poco rato presenciaría al salir a
la carretera. Aún hoy después de tantos
años no consigue del todo hilvanar como ocurrieron los acontecimientos.
A eso de las diez de la mañana de aquel jueves, bajó al
garaje y arrancó su coche. Tenía una cita en una población que distaba unos
doscientos kilómetros de la suya, y ya se le hacía tarde, pues a las doce y
media debía enfrentarse con aquella prepotente señora, tanto, que no le
apetecía ni un ápice llegar al restaurante en el que habían quedado para comer
y lo que más deseaba, era escuchar en el
auricular de su teléfono móvil, la voz áspera de la insulsa empleada, avisándola de que no fuera, debido
a que su jefa no pudo tomar el avión que la traía de París y no había llegado a
tiempo, pidiéndole disculpas por tener que postergar la visita para otro día.
Pero el destino es retorcido y el aparato no sonó, así es que conectó la radio pensando
que por lo menos con música el viaje se le haría más agradable y al instante, se dejaron oír las primeras
notas del Vals triste de Sibelius.
A medio camino de las dos poblaciones, fue cuando en
fracciones de segundo tuvo una de las experiencias más desagradables de su
vida.
Transitaba con la atención puesta en la conducción, escuchando
una de las mejores obras del gran compositor, cuando de pronto le pareció tener
una visión irreal.
— ¡Cielos! ¿Qué hacen?— Exclamó sin poder creer lo que veía.
Observó por el espejo interior que uno de los coches que
circulaban detrás de ella, iniciaba la maniobra para adelantar y a la misma vez,
otro circulaba detrás de un camión en sentido contrario, se disponía efectuar
el mismo movimiento.
Sus ojos pasaron de mirar al frente a posarse en el espejo
retrovisor izquierdo y su espanto fue en aumento cuando los dos coches se
enfrentaron. En su mente trastornada le pareció contemplar el choque de dos
cabras, que jugando saltaban en el aire, pasaban volando a su lado y al momento
caían y se estrellaban contra el suelo.
Pero aquello no era un juego, los dos vehículos quedaron
encarados y de uno de ellos, del que le quedaba más cerca, salió disparado un
brazo joven que quedó colgando inerte en la ventanilla, como si de una pata de
pollo se tratara, esa fue la sensación atroz e inexplicable que tuvo en aquel instante.
Sin saber como lo hizo, se desvió a la derecha y poco a poco
fue frenando, hasta quedar parada en el arcén unos metros por delante de los
dos vehículos.
No podía respirar, intentaba coger aire para salir y prestar
su ayuda, las piernas le temblaban, el corazón se le salía del pecho y se quedó
inmóvil sin poder reaccionar.
De pronto unos toques suaves en la ventanilla llamaron su atención, era el rostro amable de un
hombre, le pidió que le abriera y al hacerlo, éste le dijo:
— Pon el coche en marcha y vete, dentro de poco empezarán a
llegar las ambulancias, policía y bomberos y te quedarás atrapada aquí toda la
mañana.
Al sospechar su intención de salir, le puso una mano en el
hombro y le dijo que no lo hiciera, que
a fin de cuentas ya no se podía hacer nada y que él, junto con los hombres que
se encontraban allí se encargarían de
todo. También ayudaría el conductor del otro coche, que había resultado ileso.
Le hablaba el chófer del camión, un joven al que se le veía
tranquilo o al menos lo parecía.
Pero ella no se fue, esperó a que llegara la policía y después
de que ésta le tomara declaración, se
giró un poco para mirar por última vez la situación, y pudo distinguir al
segundo conductor que se encontraba de espaldas hablando por teléfono, probablemente
estaría comunicándole el accidente a su familia.
Y sin apenas tener conciencia de lo que hacía, se
puso en movimiento y se alejó dejando tras de sí, una escena que ni siquiera
hubiese deseado contemplar ni en una mala película.
El resto de la mañana pasó como si de una pesadilla se
tratara, llegó a su cita, pero dado que
su estado de ánimo se encontraba por los suelos, no se extendió en
demasiados detalles y se despidió sin dar explicaciones del suceso que había
presenciado.
Al regresar, la carretera todavía permanecía cortada y los coches estaban siendo desviados en otra
dirección por lo que sólo pudo distinguir a lo lejos el movimiento de varias
grúas.
Durante toda la noche no pudo conciliar el sueño,
constantemente su mente reproducía el
desgraciado accidente.
Al día siguiente, como cada viernes se dirigió al quiosco de
su calle para comprar el periódico comarcal que se editaba una vez a la semana,
iba pasando las hojas como una autómata, sus ojos buscaban con ansiedad la
noticia, cuando la encontró no tuvo el suficiente valor para leerla y lo dejó
sobre el mármol de la cocina.
Llegó el lunes y la casualidad quiso que tuviese que volver
a pasar por el mismo lugar. Tenía otra cita en el mismo pueblo donde había
ocurrido la tragedia. Esta vez con una conocida a la que la unía muy buena relación
y con la que de vez en cuando le gustaba quedar, para desayunar en una pequeña
cafetería donde servían unas magdalenas que le recordaban a las que hacía su
madre cuando era niña.
Se sentaron y una vez pedido lo que iban a tomar, se
pusieron a charlar animadamente, como siempre las primeras preguntas que se
hicieron fueron, las de como habían pasado el fin de semana.
Su sorpresa fue mayúscula cuando la otra persona le explicó
que había estado acompañando a una amiga que acababa de perder a su hijo en la
carretera. Le contó que era muy joven, un gran deportista y una persona muy
solidaria, le describió con extrema exactitud el lugar donde había ocurrido la
tragedia.
Ella enmudeció y al instante el color desapareció de su
rostro, se llevó las manos a la cara y se cubrió los ojos para ocultar la
emoción que la embargaba en aquel momento. Al ser preguntada que era lo que le
estaba ocurriendo, bajó las manos y
haciendo un gran esfuerzo contestó:
— Yo fui testigo del
accidente, pero permíteme que no entre en detalles, por respeto al dolor
de esa madre.
Pidió disculpas y al momento cambió de tema y obvió todo lo
que había visto.
Otra vez de regreso, volvió a pasar por el mismo punto
kilométrico de la carretera y se dio cuenta de
que ya no quedaban señales de nada, todo había pasado y hacía cinco días
que circulaban infinidad de coches por allí que no eran conscientes de la
fatalidad que se había producido en ese lugar.
Al llegar a su casa, entró en la cocina, cogió el periódico
de la semana anterior que continuaba en
el mismo sitio, dudó sí abrirlo, pero
pensó que si no lo hacía probablemente no tendría paz durante mucho tiempo, tomó varias bocanadas
de aire, buscó la noticia y al final se atrevió a leerla.
Había una fotografía de un apuesto joven que ya nunca
más volvería a jugar a su deporte
favorito con los chicos de su pueblo, pues en un segundo, su fatal imprudencia
y la de otro conductor, se lo había llevado como si nada.
Por fin el muro de contención que la tenía prisionera desde
aquel día se derrumbó, pudo llorar desconsoladamente hasta quedarse sin
lágrimas, sin darse tiempo a pensar en nada más, tomó el semanario y lo quemó.
Violeta Evori
* Música: Vals triste
de Sibelius
Sin duda este tipo de historias son apropiadas para concienciarnos de que hay tragedias imprevisibles al otro lado de la esquina que nos pueden dar una gran sacudida. Un abrazo.
ResponderEliminarSe pasa mal cuando presencias un accidente de este tipo, la imagen se graba de tal modo que tiene que sucederse el tiempo para superarlo.
ResponderEliminarUn gran relato, gracias por compartirlo. Un abrazo.
Simplemente genial. Lastima que nuestro cerebro no sea un disco duro para poder borrar ciertas experiencias desagradables.
ResponderEliminarHola Violeta.
ResponderEliminarUna experiencia traumática, que has
relatado con maestría.
Un gran tema social.
Un saludo
Benjamín
Muchas gracias por vuestros comentarios
ResponderEliminarUn saludo